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  • Arqueología e Historia 30: Los primeros cristianos
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    Arqueología e Historia 30: Los primeros cristianos

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    Tras la muerte de Jesús en torno al año 30 d. C., los discípulos de este se quedaron solos. ¿Cuándo llegará el Reino que nos prometió?, se preguntaban. Pero el Reino no llegaba. El desconcierto fue largo y penoso, pero a la postre los discípulos se pusieron manos a la obra y comenzaron a predicar y pensar qué camino debían seguir ellos y sus nuevos adeptos. Los primeros cristianos de los siglos I y II viven un cristianismo muy rico, con no una sino muchísimas ideas que no siempre terminaban cuajando, pero que alentaban la proliferación de escritos que defendieran cada una de las distintas percepciones que se tenían sobre alguna cuestión concreta respecto a Cristo y su Evangelio. Al igual que no hubo un solo cristianismo, tampoco hubo una sola Iglesia, y las distintas facciones, cada vez más alejadas del judaísmo que les había gestado, se vieron en la necesidad de unificar criterios en su lucha contra las heterodoxias. Mientras tanto, muchos cristianos vivían bajo la amenaza de la intolerancia de algunos gobernadores y otras autoridades romanas locales, aunque no de una persecución sistemática en todo el Imperio. El martirio llamaba a sus puertas, prometiendo una salvación celestial con todos los honores, a la diestra del mismísimo Cristo.

    La difusión del cristianismo en el Imperio romano (siglos I y II d. C.) por Fernando Rivas-Rebaque (Universidad Pontificia Comillas)
    El movimiento de Jesús, nacido en Galilea durante el gobierno de Tiberio (en torno a los años treinta de nuestra era), de orígenes campesinos, con un claro componente mesiánico y centrado en torno al reino de Dios, no solo no desapareció tras la muerte ignominiosa de su líder, como pasó con otros movimientos religiosos de su tiempo, sino que se transformó en el movimiento cristiano, un grupo religioso aglutinado en torno al propio Jesús, con una gran capacidad para sobrevivir e incluso expandirse rápidamente por el Imperio romano. El artículo viene acompañado por un mapa del Imperio romano a comienzos del siglo II en el que se destacan las primeras iglesias y los primeros mártires y personajes más relevantes del primer cristianismo.

    Las primeras heterodoxias y herejías por Antonio Piñero (UCM)
    Es bien sabido que Jesús no dejó nada escrito, no por algún sentimiento ágrafo, sino porque la norma consuetudinaria prohibía que las discusiones entre “rabinos” que tuvieran como centro la ley de Moisés u otra parte de la Biblia de entonces se convirtieran en texto escrito, para que no tuvieran el mismo rango que las “Escrituras” sagradas. Es fácil adivinar que, como la teología cristiana comenzó reinterpretando las palabras y hechos de Jesús transmitidos por la tradición oral, las discusiones acerca del significado de su figura y misión fueran muy variadas, sobre todo en aquellos campos en los que no había ni sentencias de Jesús al respecto. Así, en los primeros tiempos del movimiento judeocristiano había un conjunto abigarrado de interpretaciones sobre Jesús y su legado, donde no era posible distinguir qué era lo ortodoxo y qué lo heterodoxo. Abundaban los que podían considerarse –para unos– “falsos maestros” y profetas, y –para otros– predicadores de la interpretación correcta sobre Jesús. Eso explica las quejas sobe heterodoxias que parecen ya en el Nuevo Testamento, nuestra única fuente de información para los primeros momentos de lo que sería con el tiempo el “cristianismo”. El artículo se acompaña de una ilustración de Juan Delgado en la que vemos a Marción, líder de una importante iglesia heterodoxa, predicando en el puerto fluvial de Roma. Además, se añade también una gráfica en la que se observan las principales discusiones teológicas y tendencias heterodoxas que el cristianismo ortodoxo de la Gran Iglesia de Roma trataría de combatir en su búsqueda de una unidad de creencias.

    El Estado romano frente al cristianismo por Candida Moss (University of Birmingham)
    En noviembre de 2019, en una misa que celebraba la fiesta de Todos los Santos en las catacumbas de Priscila, en Roma, el papa Francisco afirmó que la ubicación de aquella misa le llevaba a pensar “en la vida de las personas que tenían que esconderse y que enterraban a los muertos y celebraban la Eucaristía aquí dentro”. La referencia al hecho de “esconderse” tiene que ver con la ampliamente extendida leyenda que afirma que la vida de los primeros cristianos, durante los siglos I-II, les obligaba a ocultarse en las catacumbas y comunicar su presencia a los demás solo a través del uso de símbolos crípticos, como el pez. Pese a su gran popularidad, esta idea no es más que un mito que se desarrolló y se difundió entre los siglos XVII y XIX. Ciertamente, y a pesar de la ausencia de una persecución patrocinada por el Estado a escala imperial en los siglos I-II, la amenaza para la vida de los cristianos era muy real, y era manifiesta constantemente para finales del siglo II. Es posible que los cristianos acusados por sus contemporáneos terminaran encontrándose frente a un magistrado especialmente hostil. En tales circunstancias, serían ejecutados por su rechazo a participar en la extendida práctica del culto al emperador, preceptiva en todas partes del Imperio. Se trataba de un gesto que, para los romanos no cristianos, funcionaba como una demostración de lealtad; una cuestión política y social, mucho más que un acto religioso. El problema es que, a diferencia de lo que ocurría con otras religiones politeístas, para los cristianos la adoración a Cristo y al emperador eran incompatibles.

    De iglesias a Iglesia. Diversidad y control en los primeros años cristianos por Eugenio Gómez Segura
    Las asambleas independientes formadas por Pablo poco se asemejan a la estructura que acabó teniendo la Iglesia dominada desde Roma. En cambio, la diversidad inicial que tanto preocupó al apóstol se mantuvo y dio lugar a una ingente literatura llena de ideas dispares que exigió regulación. Por otra parte, ese control no solo requirió de una organización local. Hubo una triple organización: jerárquica en cuanto al desarrollo local (obispos) y territorial (primacía de los obispos de las grandes ciudades) por un lado y personal por otro. Con la primera, obviamente se describe la estructura de cargos en las diversas poblaciones y provincias; con la segunda, el prestigio que algunos personajes fueron alcanzando más allá de sus límites territoriales; prestigio que los encumbró como referencia escrita y que nos ha legado sus obras, uno de los tesoros de la literatura cristiana. Con el artículo se incluye una ilustración a doble página, obra de José Luis García Morán, en la que vemos el arresto de Pablo de Tarso por parte de las autoridades romanas en el templo de Jerusalén. A su vez, incluimos una gráfica con la cronología tentativa de los primeros textos cristianos, y un mapa a doble página con la parte oriental del Imperio romano en el que se incluyen las principales iglesias cristianas de la región y los lugares en los que se pudieron escribir los principales textos.

    El alma del mundo. La vida cotidiana de los cristianos del siglo II por Fernando Lillo Redonet
    “Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. […] sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente”. Este testimonio del anónimo Discurso a Diogneto, escrito en la segunda mitad del siglo II y de carácter apologético, nos acerca a la idea que los cristianos de este tiempo tenían sobre sí mismos: una comunidad que compartía la vida con sus contemporáneos, pero cuyo comportamiento contrastaba en muchas ocasiones con el modo de pensar y actuar de su época.

    El cristianismo primitivo desde otra óptica. Los textos apócrifos por Antonio Piñero (UCM)
    El término “apócrifo”, o “literatura apócrifa”, se comprende hoy día a partir del concepto opuesto: “libros o literatura canónica”. Un libro canónico es el aceptado como sagrado por la Iglesia, o también por el judaísmo si se habla del Antiguo Testamento, y merecedor de formar parte del número de textos que constituyen la Biblia. En lo que se refiere al Nuevo Testamento, sus textos apócrifos imitan por lo general sus formas y géneros, aunque en ocasiones añadan elementos extraños a su cuerpo de doctrina. Para llegar a esta significación de “extracanónico”, el vocablo “apócrifo” pasó por una serie de etapas. El término aparece ya en Ireneo de Lyon (hacia el 180 d. C.), y deriva del griego apokrýptô, que significa “ocultar”. En principio, un libro apócrifo es aquel que conviene mantener oculto por ser demasiado importante y precioso, no apto para que caiga en manos profanas. También se designaban con el vocablo “apócrifo” los libros que procedían o contenían una enseñanza “secreta”. Así, ciertos filósofos de la antigüedad afirmaban que sus doctrinas procedían de libros secretos (griego, apókrypha biblía) orientales. Esta primera acepción aparece como normal en escritores eclesiásticos cristianos de los primeros siglos, como Clemente de Alejandría. El texto se acompaña con una magnífica ilustración de Jarek Nocon en la que vemos un pasaje del apócrifo texto de los Hechos de Pedro y en el que vemos a Simón el Mago encaramado en la cornisa de la basílica Emilia en el foro de Roma y pretendiendo volar mientras el apóstol Pedro reza a Dios para que el mago, influido por el diablo, fracase en su empeño.

    Y además, introduciendo el n. º 31, Hablando se entiende la gente. Sobre el origen del romance castellano por Alberto Montaner (Universidad de Zaragoza)
    Son varios los testimonios que, como se puede leer u oír de vez en cuando en los medios de comunicación, compiten por la palma de representar algo así como la partida de nacimiento del español y a sus respectivos centros productores como las correspondientes cunas del romance hispánico (el del cuadrante noroccidental, al menos). Se trata, básicamente, de la Nodicia de kesos, el cartulario de Valpuesta y las glosas emilianenses y silenses. La evolución de las lenguas naturales es continua (aunque no necesariamente lineal), de modo que establecer cortes netos en su transcurso temporal para marcar cuándo una ha pasado a ser otra resulta prácticamente imposible. En el caso de las lenguas hispánicas, el paso desde el latín a las distintas variedades de romance supone una evolución secular en la que fijar un momento concreto como el del nacimiento de cualquiera de ellas es una tarea inútil y carente de base, siéndolo aún más identificar una presunta “cuna” de ninguna de ellas, o de su antecesor, el protorromance ibérico.

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    Tras la muerte de Jesús en torno al año 30 d. C., los discípulos de este se quedaron solos. ¿Cuándo llegará el Reino que nos prometió?, se preguntaban. Pero el Reino no llegaba. El desconcierto fue largo y penoso,...