Arqueología e Historia 18: El Jesús histórico
Judíos y romanos en la Palestina de Jesús por James R. Strange (Samford University)
La melodramática historia de Palestina entre el 63 a. C. y el 70 d. C. podría rivalizar con las conspiraciones de la mismísima Roma de la época. El reparto de los protagonistas es largo; la trama, consistente. Y no solo eso, sino que los acontecimientos en Roma y Jerusalén se entremezclaron constantemente. Roma se convirtió formalmente en el poder gobernante de Palestina durante las últimas décadas de la República. En el año 63 a. C., dos hermanos, descendientes de una familia conocida como los macabeos (a partir de un apodo del famoso Judas, hijo de Matatías) o asmoneos (en base al nombre de un antepasado de la familia), rivalizaron por el control de un reino del tamaño de Israel y Judá bajo el reinado de David o Salomón, tal como la Biblia lo describe. Roma intercedió en la disputa y gobernó la región en los siguientes setecientos años. En el artículo se incluye una cronología de los reyes y gobernantes de las distintas regiones de Palestina desde Pompeyo hasta la destrucción del templo de Jerusalén en el 70 d. C., así como un detallado mapa con las principales ubicaciones y territorios en esta época.
¿Existió Jesús realmente? por Antonio Piñero (Universidad Complutense de Madrid)
Aunque en ocasiones se ha afirmado que “es bien sabido que la ciencia sostiene que este personaje no existió nunca”, esa es una afirmación rotundamente falsa: la ciencia histórica en su inmensa mayoría no sostiene tal cosa. De cualquier modo, ¿existen argumentos para demostrar científicamente la existencia de Jesús? Hay pocos, pero suficientes. La existencia histórica de Jesús como profeta, proclamador del reino de Dios, maestro de la ley, sanador, exorcista, enemigo de la presencia romana en Israel, etc., no implica que la transmisión histórica de su figura no haya sufrido múltiples idealizaciones y transformaciones. Pero aun así, es mucho más económico, sencillo y plausible aceptar la existencia histórica de Jesús que suponer lo contrario, el mero invento. Esta hipótesis no es nada conforme con la realidad de la tradición tanto textual como fáctica que está ante nuestros ojos. El artículo incluye una ilustración de Sandra Delgado reconstruyendo el pueblo pesquero de Cafarnaún, y un mapa a doble página con los principales lugares visitados por Jesús durante su ministerio además de los yacimientos arqueológicos vinculados con estos.
Los judíos en la Galilea de Jesús por Eric M. Meyers (Duke University)
Galilea y buena parte del norte de la antigua Israel, con su capital en Samaria, fue destruida por los asirios en el 722 a. C. El reasentamiento de las gentes en este territorio fue un proceso lento, solo acelerado cuando los asmoneos conquistaron la región y establecieron allí una presencia judía, a menudo por la fuerza, en torno al 100 a. C. Ya bajo el dominio romano (desde 63 a. C.), las aldeas judías aparecían dispersas por toda la región, alcanzando incluso los Altos del Golán en el extremo nordeste. Hacia el cambio de era, había cientos de aldeas judías de distintos tamaños, las más pequeñas como Nazaret albergando en torno a las ciento cincuenta almas, y otras como Cafarnaún con cerca de un millar de habitantes. A diferencia de lo que ocurría en el norte, en el área meridional, Judea y en particular Jerusalén fueron mucho más permeables a la cultura grecorromana durante la etapa final del período del Segundo Templo. Ello incluía la lengua griega, las arenas para espectáculos deportivos como circos, teatros y otros proyectos constructivos gigantescos como el templo de Jerusalén, el Herodión, el puerto de Cesarea Marítima o la propia Masada, por mencionar solo algunos. Galilea quedó rezagada, y solo comenzó a ponerse al día cuando Séforis y Tiberíades alcanzaron su cénit tras las dos revueltas. Esto suponía que la economía y el estilo de vida de la región de Galilea era bastante simple, y particularmente centrada en la agricultura, y que probablemente apenas se hablaba allí en griego.
Juan Bautista, Jesús y los esenios de Qumrán por Antonio Piñero (Universidad Complutense de Madrid)
Aunque los textos de Qumrán, una parte de los manuscritos del mar Muerto descubiertos hace casi setenta años, son todos anteriores al nacimiento del cristianismo, se ha afirmado repetidas veces que tanto la figura de Jesús como parte del Nuevo Testamento no son sino una copia de las peculiaridades teológicas y sociales del grupo de judíos, una rama de los esenios, que se hallaba detrás de tales manuscritos. La importancia en sí de los esenios, autores o recopiladores de los textos qumranitas, en el panorama del Israel del siglo I d. C. queda clara por el hecho de que eran más de cuatro mil en aquel tiempo, como indica Filón de Alejandría, en su obra Quod omnis liber probus sit, 75, y porque el historiador Flavio Josefo, que era fariseo, dedicó casi cincuenta parágrafos a la descripción de los esenios en La Guerra de los judíos (II.119-161) por tan solo cuatro a saduceos y fariseos. No está de más, por tanto, preguntarse: ¿fueron Juan Bautista y su discípulo Jesús miembros de esta secta? ¿Fue Jesús en concreto un burdo remedo del fundador del grupo esenio autoexilado en las cercanías del mar Muerto, el Maestro de Justicia?
El judaísmo a través de la experiencia de Jesús por Bruce Chilton (Bard College)
En su etapa de crecimiento, Jesús conoció el judaísmo como una religión rural. En un contexto de marcado analfabetismo, la práctica en una aldea como Nazaret se basaba en la tradición oral, y el contacto con el templo de Jerusalén, un inmenso edificio situado a más de un centenar de kilómetros a pie, era raro y caro. El templo era oficiado por sacerdotes liderados por un sumo sacerdote y que sacrificaban al Dios de Israel. Solo se les permitía hacer eso, y su sacerdocio era hereditario. En cambio, en la aldea, un maestro, conocido como rabí, ejercía como autoridad gracias a sus conocimientos de las festividades religiosas, las prácticas dietéticas y su capacidad para determinar quién no estaba en condiciones de unirse a la comunidad. Los banquetes en las aldeas, comidas comunales en las que Dios era presentado como el rey de su gente, simbolizaban la devoción rural judía de lo que los practicantes llamaban “el Reino de Dios”. Una magnífica ilustración a doble página, obra de José Luis García Morán, muestra una escena del interior del templo de Jerusalén durante la Pascua judía.
Juan. El evangelio terrenal y la arqueología por Paul N. Anderson (George Fox University)
Jesús de Nazaret es una de las figuras más importantes de la historia de la humanidad. Pese a ello, resulta irónico que en la investigación bíblica, que cuenta con una tradición de más de dos siglos, el evangelio que presuntamente contaría con un conocimiento de primera mano de la vida de Jesús, ha sido totalmente denigrado como ahistórico y dejado al margen en la búsqueda del Jesús histórico. Ello, por supuesto, se explica porque el evangelio de Juan es distinto a los sinópticos, además de teológico en su intencionalidad. Sin embargo, el cuarto evangelio es, a su vez, el más terrenal de todos, y el que cuenta con mayor constatación a través de evidencias arqueológicas. Juan contiene más referencias empíricas (en el sentido de sensoriales), más referencias topográficas y más elementos arqueológicamente contrastados que los otros evangelios juntos, ya sean canónicos o no. Este es un hecho contrastable que provoca una cierta controversia con las teorías tradicionales sobre el carácter, origen e implicaciones de Juan, puesto que cabe entenderlo mejor como un “evangelio terrenal”. Una espléndida ilustración de Milek Jakubiec reconstruyendo el juicio de Jesús en el praetorium de Jerusalén y un mapa de la ciudad con los principales espacios que visitó Jesús durante la etapa final de su ministerio, completan el artículo.
De la cruz al cielo. Muerte y resurrección de Jesús por Javier Alonso (IE University)
La muerte y resurrección de Jesús bajo Poncio Pilato (26-36 d. C.) es, quizás, el acontecimiento del mundo antiguo que más trascendencia sigue teniendo hoy en día. Este artículo intentará responder a tres preguntas: ¿quién fue el responsable último de la muerte de Jesús?, ¿cómo se enterraba en tiempos de Jesús?, y, por último, ¿qué creencias sobre la resurrección existían entre los judíos del siglo primero, y cómo influyeron en la creencia en la resurrección de Jesús? La probable ausencia de testigos, y el posible entierro en una fosa común lleva a la conclusión de que, seguramente, nadie pudo contemplar el cadáver ni saber qué había sido exactamente de él. Se introduce entonces un nuevo elemento: la psicología. Ante cualquier deceso, las personas más cercanas al muerto sufren un impacto emocional que es más intenso cuando la muerte es imprevista, violenta o traumática.
Repensando a Jesús. Las primeras comunidades cristianas por Eugenio Gómez Segura
Una vez muerto Jesús comienza la historia del cristianismo, una historia claramente distinta de la del maestro. Al faltar él, y dada la magnitud de su influencia sobre sus seguidores, había que recordar tanto su persona como su obra y discurso, aunque pronto surgieron grupos con visiones distintas e incluso contradictorias. De hecho, cada uno recordaba o potenciaba de tal manera sus propios recuerdos e intereses que, en definitiva, lo que conocemos del nazareno quedó dramáticamente filtrado por los grupos que surgieron tras él. El relato de cómo se organizaron los seguidores de Jesús nos ha llegado principalmente en el texto conocido como Hechos de los apóstoles. Según se describe en los primeros párrafos del mismo, dos ángeles denominaron “galileos” a los discípulos que vieron la ascensión. Al poco, estos se retiraron a Jerusalén para suplir a Judas Iscariote (Matías fue el elegido), y cincuenta días tras la pascua judía (Pentecostés, la fiesta de la siega), se produciría el milagro de las lenguas de fuego sobre las cabezas de los doce. Dicho así, no parece mucho, pero quedan presentadas las tres primeras corrientes de fieles a Jesús, tres corrientes, de hecho, bastante diversas: seguidores en Galilea, seguidores en Jerusalén y judíos de todo el Mediterráneo. Junto al artículo se incluye una magnífica ilustración reconstruyendo la última cena, obra de ªRU-MOR, así como un mapa de los viajes de Pablo y los primeros años del cristianismo.
Y además, introduciendo el n.º 18, Los paisajes de la evolución humana en África por Ignacio de la Torre Sáinz (University College London)
África ocupa el 20% de la tierra emergida del planeta. Con 30 millones de kilómetros cuadrados de extensión, se extiende de forma equidistante en los hemisferios norte y sur, y el ecuador pasa por una línea imaginaria que divide el continente en dos mitades casi idénticas. La geografía actual de África responde a un levantamiento del terreno durante los últimos 500 millones de años, en los que no ha habido episodios bruscos de aparición de montañas relacionadas con la orogenia alpina, frecuentes en otros continentes. La formación del valle del Rift conllevó la creación de numerosas depresiones a lo largo de toda África oriental. Muchas de esas depresiones fueron ocupadas por lagos y redes hidrográficas endorreicas que permitirían el desarrollo de complejos ecosistemas con abundantes especies vegetales y animales. De ese modo, gracias a los numerosos cuerpos de agua que regaron el valle del Rift, se cumplía la primera y más obvia condición para que los fósiles se preserven; esto es, que los animales y plantas que luego se convirtieron en fósiles vivieran en la zona. Estos lagos suponen de hecho cuencas sedimentarias, en las que se acumulan depósitos desde el momento en que la subsidencia provocada por la acción del Rift forma las depresiones, hasta que estas se colmatan, y así los restos de los animales que vivieron en esas cuencas pueden preservarse gracias a que los fenómenos de sedimentación primaron sobre los de erosión en el momento de formarse los depósitos. Se incluye un mapa de la geología africana en la Prehistoria.