Desperta Ferro Hist. Moderna 35. Spínola y La Guerra de Flandes
Entre dos gigantes: de Farnesio a Spínola (1593-1603) por Antonio José Rodríguez Hernández – UNED
La inesperada muerte de Alejandro Farnesio (en diciembre de 1592) supuso un duro golpe. Felipe II perdía a uno de sus generales más afamados, y el Ejército de Flandes se quedaba huérfano de uno de los líderes más decisivos de su historia. Desde esa fecha, y hasta que Ambrosio Spínola despuntase como una estrella emergente, el gobierno de Flandes quedaría en manos de varios gobernadores interinos, y de familiares del rey –de la rama austriaca de los Habsburgo–, que no tuvieron el tiempo o la preparación militar para construir un liderazgo decisivo, problema que se vería agravado por la crónica falta de fondos –que agudizaría sobremanera la aparición de nefastos motines entre la tropa–, y la circunstancia de tener que luchar a la vez en dos frentes bélicos: contra los Estados Generales y contra Francia.
Ambrosio Spínola, un genovés en busca de la gloria por Asunción Retortillo Atienza – Universidad de Burgos
Un soneto anónimo del siglo XVII reflejaba en sus versos, a modo de resumen biográfico, los primeros y postreros días de la vida del insigne personaje Ambrosio Spínola: “…en Italia vio la vida con la primera luz, en Italia abandonó la vida con la última luz…”. Fue en Génova, y en 1569, cuando Ambrosio Spínola vio la vida con la primera luz y se convirtió en el heredero de una de las familias nobles más distinguidas de su tierra natal. En aquella república, de marcado carácter oligárquico y plutocrático, el poder se repartía entre cuatro grandes familias: los Fieschi, que basaban su posición en la intervención y el control sobre los asuntos eclesiásticos; los Doria, en el dominio de la renombrada marina de la república, y los Spínola y los Grimaldi, en la riqueza y en la posesión de numerosos feudos. Las coordenadas de su nacimiento otorgarían a Ambrosio Spínola una gran preponderancia política y económica.
Los ingenios del sitio de Ostende por Werner Thomas – Katholieke Universiteit Leuven
Cuando en octubre de 1603 Ambrosio Spínola tomó el mando del Ejército de Flandes, el asedio de Ostende, la última ciudad en los Países Bajos meridionales en manos de los rebeldes holandeses, se venía arrastrando desde hacía más de dos años. Situada en la costa del condado de Flandes, Ostende era de una importancia estratégica singular. Desde 1579, el pequeño poblado pesquero se había convertido en una de las ciudades más fortificadas de Europa. Su guarnición imponía una sustanciosa contribución de guerra a los habitantes de los pueblos situados en una zona que se extendía hasta las murallas de Brujas y proporcionaba a los rebeldes una cabeza de puente para sus campañas militares en el sur. Las circunstancias complicadas de la ciudad, asentada en terreno de arena poco estable, atravesado por múltiples riachuelos y ensenadas, obligaron a los sitiadores a buscar soluciones creativas para remediar los problemas, ya que las convencionales eran poco eficaces. En la literatura contemporánea se describe el sitio como una “universidad o escuela superior militar”.
El cambio de estrategia de la Monarquía Hispánica por Eduardo de Mesa Gallego – Fundación Carlos de Amberes
A finales de 1604 la Guerra de Flandes estaba en su apogeo tras más de 36 años de constante enfrentamiento. El 20 de septiembre, las tropas de la Monarquía Hispánica habían conquistado la ciudad portuaria de Ostende tras asediarla más de cuatro años. Por su parte, los holandeses habían logrado tomar La Esclusa meses antes gracias a los enfrentamientos en la cadena de mando del Ejército de Flandes. Con una victoria y una derrota, la situación de los Países Bajos católicos había quedado de igual manera que a comienzos de 1600. La guerra no iba a terminar, a no ser que se lograse dar un vuelco a los acontecimientos. En otoño de 1604, los archiduques enviaron a la península ibérica al conde de Solre, Philippe de Croÿ, con la misión de presentar sus respetos al soberano español. Asimismo, Solre presentó a Felipe III un memorial en el que se exponía un plan paso a paso para lanzar una ofensiva contra los rebeldes. Según el flamenco, el éxito de la denominada empresa del Rin haría entrar en razones a los holandeses, que aceptarían “una paz buena, honrada y provechosa”.
La primera ofensiva contra las Provincias Unidas por Eduardo de Mesa Gallego – Fundación Carlos de Amberes
Antes de comenzar la embestida contra el flanco oriental rebelde, el veedor general del Ejército de Flandes tomó muestra de todas las unidades: 25 100 infantes y 3500 jinetes, que fueron divididos en dos cuerpos de ejército. Uno realizaría la ofensiva, mientras que otro defendería las provincias católicas de un posible ataque rebelde. Para que la operación recientemente aprobada permaneciese en secreto, Spínola ordenó que se realizasen una serie de reconocimientos sobre algunas plazas flamencas en manos holandesas. El objetivo era que el enemigo no supiese por dónde iba a producirse el ataque; incluso en los consejos de guerra que se celebraron no se dejó entrever la posibilidad de que se fuese a realizar una ofensiva sobre Frisia, por lo que ni los mandos subalternos conocían el objetivo que se había elegido para la nueva campaña, cuyo objetivo era que los habitantes de las Provincias Unidas experimentasen en sus propias carnes los sufrimientos de la guerra.
La batalla de Mülheim: Spínola contra Nassau por Àlex Claramunt Soto
Ambrosio Spínola y Mauricio de Nassau, los dos principales generales del primer cuarto del siglo XVII, solo se enfrentaron en el campo de batalla en una ocasión, y no de forma directa, sino a través de sus lugartenientes y separados por un obstáculo determinante, el río Ruhr. Sucedió el 8 de octubre de 1605 en una pequeña batalla cerca de Mülheim a la que historiadores que encomiaron las reformas militares del holandés –Charles Oman y Michael Roberts, por citar a los principales–, no prestaron atención a pesar de que constituye una de las contadas ocasiones en que Nassau pudo aplicar sus tácticas en un campo de batalla. Aquel día, las tropas españolas combatieron mejor y Spínola hizo valer el mote que su némesis le dio: “diablo volante”.
La campaña de 1606: contra los elementos por Alberto Raúl Esteban Ribas
La estrategia española de forzar a las negociaciones a las Provincias Unidas necesitaba de una contundente victoria militar. La campaña de 1605 había permitido ganar el territorio fronterizo del Rin e invertir la presión de las provincias leales hacia el territorio rebelde. La campaña de 1606 constituía un nuevo esfuerzo para consolidar la presencia hispana en el corazón del territorio enemigo. El plan operacional consistía en un ataque en pinza sobre el territorio de Güeldres, en concreto su zona sur y central, la comarca de Veluwe. Desde el noreste, Spínola cruzaría el río Ijssel; desde el sur, Bucquoy haría lo propio en el Waal. Ello permitiría obtener una cabeza de puente en el centro del territorio rebelde con miras a lanzar futuras acciones hacia cualquier punto de su geografía.
De la guerra a la paz: la negociación de la Tregua de los Doce Años por Luc Duerloo – Universiteit Antwerpen
Para frenar una guerra hacen falta liderazgo, coraje y determinación. Un acto de locura puede bastar para desencadenar un conflicto, pero cerrar las puertas de Jano requiere mucho esfuerzo. Para 1607, la guerra civil en los Países Bajos había ardido durante casi cuarenta años. Una generación completa había crecido sin conocer la paz. Los ejércitos que vagaban por la región habían propagado la muerte, enfermedades y la destrucción. Miles de personas habían sido expulsadas de sus hogares y pueblos enteros estaban en ruinas; sus moradores habían huido y sus campos llevaban años sin sembrar. Y aún no se atisbaba un final para la guerra. Tras afirmar su reputación como líder militar, Ambrosio Spínola necesitaba echar mano de su talento para negociar una tregua prolongada con las Provincias Unidas y convencer al rey de España de que aceptase sus términos.
Introduciendo el N.º 36, Ideología y acción: el clero en los Sitios de Zaragoza por Pedro Rújula – Universidad de Zaragoza
Los combatientes franceses que habían participado en los sitios de Zaragoza quedaron impactados por la dimensión de la resistencia a la que tuvieron que hacer frente en la ciudad. ¿Qué es lo que habían vivido? ¿De dónde sacaban la fuerza aquellos modestos combatientes para mantener una lucha tan obstinada? Conscientes de lo excepcional de aquellos meses en los que la capital del Ebro se interpuso en su avance por el valle hacia el Mediterráneo, intentaron encontrar una clave que les permitiera comprender los hechos de los que habían sido testigos. La respuesta que buscaban, hoy lo sabemos, era muy compleja, pero en la mente simplificadora de aquellos soldados imperiales de un ejército que se hallaba en su mayor momento de gloria y que no creía que hubiera nada que pudiera frenar su avance, quedó resumida en una sola idea: el clero era el responsable de haber inspirado aquella actitud fanática de trágicas consecuencias.