Historia Moderna 47: La Guerra de Crimea (II) Sebastopol
Crimea, la primera guerra moderna por Andrew Lambert (King’s College London)
La Guerra de Crimea (1853-1856) ocupa un lugar destacado en la evolución de la tecnología militar, el arte operacional y la gran estrategia. Aunque muchos de los oficiales de mayor rango eran veteranos de las Guerras Napoleónicas, no pocos de los medios tecnológicos que se utilizaron eran sumamente modernos. Este conflicto transformó la naturaleza de la guerra y ejerció una gran influencia sobre todos los aspectos de la Guerra de Secesión americana (1861-1865). Se trató un conflicto limitado, marítimo, marcado por las operaciones anglo-francesas de proyección de poder, por el bloqueo económico sobre el Imperio ruso y, a la postre, por la amenaza de bombardear San Petersburgo.
El invierno de Crimea por Anthony Dawson
Ni los franceses ni los británicos habían contemplado una campaña invernal en la península de Crimea, pues su propósito era avanzar raudos sobre Sebastopol en una “gran incursión”. Estaba previsto que la ciudad cayese en un golpe de mano y proporcionase alojamiento durante el invierno a una guarnición mientras el resto de las tropas invernaba en Turquía, pero el destino de los ejércitos aliados en Crimea quedó sellado cuando, a pesar de las protestas francesas, lord Raglan decidió iniciar un asedio de Sebastopol de manera formal; una resolución de la que derivó la tragedia humana –y equina– que se produjo en las colinas que dominaban la ciudad en aquel invierno de 1854-1855.
La batalla de Inkerman por Edward M. Spiers (University of Leeds)
Ya antes del inicio del bombardeo de Sebastopol, el 17 de octubre de 1854, el príncipe Alexander S. Ménshikov había retirado de la ciudad su ejército de campaña para organizar un contraataque contra los aliados. Tras la batalla de Balaclava, el príncipe decidió tantear el punto más débil del frente aliado, el extremo de su ala derecha, donde los británicos estaban apostados en una cresta en forma de uve que discurría de norte a sur entre el sector oriental de Sebastopol y el estuario del Chernaya, un paraje que los británicos denominaban “monte de Inkerman”. Conocida como la “batalla de los soldados” a tenor del caos, la niebla y el combate en pequeños contingentes, la batalla de Inkerman careció de dirección táctica, pero dio sobradas muestras del valor de la iniciativa, el ingenio y la ferocidad de los combatientes.
Los ejércitos del zar en la Guerra de Crimea por Nicolas Dujin (Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne)
En vísperas de la Guerra de Crimea, pocos rusos esperaban una derrota en caso de conflicto. Tras cuarenta años de campañas victoriosas, la autocomplacencia se había apoderado de las filas del Ejército, seguro de su poder y de la pujanza internacional de Rusia. Las maniobras de Krasnoye Selo de 1852 suponían, desde el punto de vista del emperador Nicolás I, la manifestación del éxito de la política militar emprendida desde finales del siglo XVIII. A la hora de la verdad, sin embargo, la contienda se cobró la vida de 650 000 soldados y, si en 1853 Rusia parecía una potencia de primer orden, garante del equilibrio europeo, en 1856 se revelaba como un coloso con pies de barro.
La epopeya del Corpo di Spedizione Sardo por Silvia Cavicchioli (Università degli Studi di Torino)
Fueron varias las razones que llevaron al reino saboyano a adherirse, el 10 de enero de 1855, a la alianza contra Rusia. La idea era participar en el conflicto del lado de las grandes potencias europeas y contaba con un apoyo manifiesto del rey Víctor Manuel II, que albergaba la convicción de que quizá podría obtener condiciones favorables en la península itálica. Muchos se oponían a la guerra y no adivinaban las motivaciones de sus gobernantes. ¿Qué pintaba el pequeño Piamonte en la cuestión oriental? A la postre, el uso público de la memoria de Crimea tendría profundas consecuencias políticas y se convertiría en un elemento central en la búsqueda del consenso bajo el liderazgo de Cavour y de la casa de Saboya en la construcción de la epopeya unitaria.
La caída de Sebastopol. Los asaltos a Malakoff y el Gran Redán por Anthony Dawson
La batalla final por Sebastopol comenzó el 5 de septiembre de 1855 con un bombardeo de cuatro días sobre la ciudad, después de que los trabajos de asedio se aceleraran a un ritmo frenético que permitieron aproximar las líneas francesas a 100 m de la torre de Malakoff, la llave del flanco sur de Sebastopol. Desde diciembre de 1854, los franceses eran el aliado mayoritario en Crimea. Así pues, sobre ellos recaería el peso de la lucha en el asalto final. La cortina de fuego cesó y, a lo largo de todo el frente, pudo escucharse la Marsellesa, seguida del grito de “En Avant! Charge!”. Tras varias horas de brutales combates, el poder naval ruso en el Mediterráneo oriental y el mar Negro había sido destruido, y Sebastopol, aunque no arrasada, estaba en parte bajo control aliado.
El Congreso de París por Yves Bruley (École Pratique des Hautes Études)
Si el asedio de Sebastopol se había traducido en una victoria aliada, el Congreso de París representó un triunfo para Napoleón III, incluso antes de comenzar: Francia y sus aliados habían ganado la guerra; el emperador acogería el proceso de paz en su capital, que se encontraba en plena modernización; el evento diplomático, el más importante desde el Congreso de Viena de 1815, lo presidiría, además, el conde Alexandre Colonna Walewski, ministro de Asuntos Exteriores e hijo ilegítimo de Napoleón I; y por si fuera poco, la emperatriz Eugenia iba a dar pronto a luz a su primer hijo, el príncipe imperial, que nació el 16 de marzo de 1856, en pleno congreso, y otorgó al Segundo Imperio una solidez indiscutible. ¿Representaba todo esto para Francia una revancha de aquel Congreso de Viena, que la generación romántica había considerado siempre como antifrancés?
Y, además, introduciendo el n.º 48, La captura de Portobelo, 1739 por Richard Harding (University of Westminster)
El jueves 13 de marzo de 1740, un bergantín llamado Triunfo ancló en Dover. Se trataba de una embarcación española construida en La Habana. Su patrón, James Rentone, no se entretuvo en la ciudad, ya que llevaba despachos importantes, y partió de inmediato para Londres, donde esa misma noche fue conducido a la presencia del secretario de Estado para el Departamento del Sur, el duque de Newcastle, quien lo acompañó ante el rey Jorge II. Rentone traía la sensacional noticia de que el vicealmirante Edward Vernon había tomado Portobelo el 22 de noviembre de 1739. Un mercante llegado el día anterior ya lo había anunciado, pero ahora existía una confirmación oficial.