Desperta Ferro 46: La expansión del Islam. El Califato Omeya
Muawiya y Alí, las razones de un enfrentamiento por Maribel Fierro (Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo-CCHS, CSIC)
En un arruinado asentamiento bizantino no lejos de la orilla derecha del Éufrates, al oeste de Raqqa, se desarrolló en el año 657 (año 37 de la Hégira) una famosa batalla. Conocida como la batalla de Siffín, nombre del lugar, en ella se enfrentaron el cuarto califa Alí ibn Abi Talib (obiit 661), primo y yerno del profeta Mahoma, y Muawiya ibn Abi Sufyan (obiit 680), gobernador de Siria y miembro del poderoso clan omeya al que había pertenecido el tercero de los califas ortodoxos, Utmán ibn Affan. Una tradición anunciaba que, de la misma manera que los israelitas lucharon nueve veces en el lugar de Siffín hasta que se destruyeron entre sí, los árabes lucharían allí la décima batalla hasta masacrarse los unos a los otros. Esta predicción escatológica no hace sino reflejar el profundo impacto que el enfrentamiento entre musulmanes causó en la joven comunidad musulmana.
La conquista omeya del Magreb por Jesús Lorenzo Jiménez (Universidad del País Vasco)
Frente a las fulminantes conquistas islámicas de Egipto, Siria, Irak o Persia, la conquista del Magreb por el califato omeya se prolongó por el espacio de cerca de siete décadas, entre 642 y 711 d.C. Las dificultades que encontraron unos para conquistarlo y otros para resistirse a la conquista dieron lugar a la aparición de varios personajes míticos cuya leyenda alcanza hasta el momento actual. Cuando a finales de 639, Amr ibn al-As se dispuso a invadir Egipto a la cabeza de un ejército de musulmanes, no podía imaginar que estaba dando inicio a un proceso de conquista mucho más amplio, que se llevaría a cabo en sucesivas oleadas durante la décadas siguientes y llevaría las fronteras del islam hasta la orilla del Atlántico, a una distancia de más de 4000 km desde su punto de partida en Alejandría.
La oposición interna a los omeyas por Hannah-Lena Hagemann (Universität Hamburg)
El reconocimiento de Muawiya como califa a lo largo y ancho de los territorios musulmanes en 661 aseguró el poder para el califato omeya, que, desde muy temprano, hubo de hacer frente a una importante oposición interna por parte de diversos actores y movimientos. El foco geográfico de esta resistencia estuvo en los territorios orientales: Irak, Irán, Jorasán –que comprendía partes de los actuales Irán, Afganistán y Asia Central– y, durante un tiempo, la península arábiga. Irak había sido la base del poder de Alí –de hecho, está sujeto a controversia su reconocimiento en otros lugares– y siguió siendo un nido de rebelión durante todo el periodo omeya, tanto por parte de sus partidarios como por otros descontentos. Las fuentes primarias de que disponemos, casi todas redactadas después del final del periodo omeya, a menudo dibujaron la oposición a los omeyas en términos ideológicos, condenando a todos los miembros de la dinastía como borrachos impíos, mujeriegos sinvergüenzas e, incluso, herejes. Pero detrás de la resistencia al dominio omeya hubo una diversidad de razones, no siendo las de carácter religioso necesariamente las más importantes, y entre las que estaban los coletazos de la primera guerra civil o los vertiginosos cambios que la sociedad experimentó durante la época.
Los engranajes del poder. Instituciones del califato omeya por Mehdy Shaddel
Una entidad política, en su sentido más amplio, se define como una extensión de territorio regido por una organización o un grupo de personas capaces de ejercer en exclusiva la autoridad política sobre la misma y sobre sus habitantes. Para aplicar y conservar dicha autoridad, cualquier Estado o sistema político debe disponer de instituciones y funcionarios que proyecten e impongan el poder de las élites gobernantes sobre los súbditos, posibilitar la gobernanza y asegurar la perpetuación de su dominio. Tal fue el caso del Estado omeya. El califato omeya, como cualquier otra entidad política, comprendía una serie de instituciones y cargos que evolucionaron a lo largo del tiempo. Así, lo que heredó Muawiya de sus predecesores Rashidun fue un incipiente aparato estatal con estructuras embrionarias e instituciones laxamente centradas en torno a la figura del califa en Medina, mientras que el Estado que Marwan II legó a los abasíes en 750 presumía de ser una de las burocracias más sofisticadas y centralizadas del mundo tardoantiguo.
Guerreros de Alá. El ejército omeya por David Nicolle
Aunque el periodo de mayor y más rápida expansión del islam pertenece al periodo Rashidun (los califas “bien guiados”), durante todo el periodo que se extiende entre la muerte del profeta Mahoma y la caída de la dinastía omeya, en el año 750, el Estado musulmán mantuvo una actitud dinámica y expansiva. Durante el periodo del califato omeya se llevaron a cabo campañas militares de gran importancia, protagonizadas por ejércitos que progresivamente iban adquiriendo un carácter más profesional, aunque siempre mantuvieron su organización de tipo tribal. A lo largo del último siglo, los especialistas han tratado de responder a la pregunta de cómo pudieron unas tribus árabes, supuestamente primitivas, hacerse con un Imperio tan ingente en tan breve periodo de tiempo. Lo cierto es que, en términos militares, los árabes preislámicos no estaban tan retrasados como se tiende a pensar. Además fueron aprendiendo de sus enemigos. Los bizantinos, por ejemplo, influyeron en el modelo de organización militar, mientras que los persas en armamento, armaduras y tácticas. Pero, de lejos, la fuente principal de ideas nuevas fue la de los sogdianos y turcos de Asia Central.
En el techo del mundo. La expansión hacia Oriente por Robert Haug
A la llegada de la dinastía omeya al poder, en 661 d.C., las fronteras orientales del califato comprendían los límites del recientemente extinto Imperio sasánida, y los ejércitos árabes se sentían aún con vigor para continuar el esfuerzo expasivo. El territorio que se extendía ante ellos era tan ingente como heterogéneo: desde las costas del mar Caspio, a través de Transoxiana hasta la cordillera del Pamir (el llanado “Techo del Mundo”) y el Hindu Kush y, finalmente, el valle del Indo en el sur. El corazón del poder omeya en el este era por entonces –al igual que lo había sido anteriormente para los sasánidas– la región del Jorasán, la más oriental del Imperio sasánida. En este artículo exploraremos las principales campañas de Oriente durante el periodo omeya y las dificultades que tuvieron que enfrentar los árabes la hora de integrar estos territorios tan heterogéneos en el califato.
Decadencia y caída del califato omeya por Xavier Ballestín (Universitat de Barcelona)
La caída del califato omeya, uno de los procesos más complejos y apasionantes de la historia del primer siglo y medio del islam, se inicia con el estallido de la tercera fitna, que se produce en el contexto de la transmisión de la autoridad y de la designación por compromiso del suceso al califato –Wali al-ahd, “sucesor”–, resuelta con el asesinato del califa al-Walid II (125–26 de la Hégira, correspondiente a los años 743-744) en su retiro palacial de al-Bajra, cuya muerte abrió un periodo de lucha sin cuartel en el seno de la estirpe omeya. En este artículo procederemos, en primer lugar, a relatar las condiciones en que se produjo la tercera fitna y su desarrollo; en segundo lugar, a explicar el origen, movilización y campaña del ejército abasí que proclamó al primer califa abasí, Abul-Abbas al-Saffah, en Kufa; y en tercer y último lugar, dedicaremos nuestra atención a la batalla del Gran Zab.Introduciendo el n.º47, El mundo de Alejandro. La concepción geográfica griega en el siglo IV a.C. por Francisco Javier Gómez Espelosín (Universidad de Alcalá de Henares)
La imagen general del mundo de los griegos se fue configurando en el curso del periodo arcaico a través de la considerable ampliación de horizontes que significaron dos momentos fundamentales: la fundación de establecimientos griegos en las costas del Mediterráneo y el mar Negro, y la aparición en escena del Imperio persa con todo el flujo de conocimientos geográficos procedentes de su constante proceso de expansión. Ambos fenómenos contribuyeron de forma fundamental al mejor y más preciso conocimiento del orbe tal y como lo podemos apreciar en la obra de Heródoto. Redactada a mediados del siglo V a.C., que constituye una auténtica enciclopedia del mundo conocido en aquellos momentos.