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  • Arqueología e Historia 21: Los etruscos
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    Arqueología e Historia 21: Los etruscos

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    Junto con la griega, la púnica y la romana, la cultura etrusca es quizá una de las más relevantes de la Antigüedad. Los etruscos recibieron importantísimas influencias de las regiones orientales del Mediterráneo –incluyendo por supuesto a la griega–, y fueron uno de los pilares fundamentales en los que se basó la cultura romana. La sociedad etrusca en los períodos orientalizante y arcaico era tremendamente rica, contaba con terrenos fértiles, grandes yacimientos metalíferos y una apertura al mar que les convertía en unos de los mejores navegantes (y piratas) del occidente mediterráneo. Son todavía muchos los interrogantes abiertos sobre aspectos clave como el origen, la lengua o el urbanismo de sus ciudades, pero, pese a ello, su cultura es bien conocida, puesto que sus costumbres funerarias resultan muy explícitas en muchos aspectos, y además contamos con fuentes históricas –griegas o romanas– que, a falta de relatos directos propios, nos ofrecen pistas importantísimas sobre cuestiones como la religión (que cuenta con una importante tradición adivinatoria) o la política. Asentamientos rurales como el de Poggio Civitate son claves para conocer la articulación del poder en la sociedad de los etruscos de un modo explícito y palpable, mientras que las ingentes cantidades de materiales arqueológicos, dentro y fuera de la antigua Etruria, nos advierten a su vez de la gran pujanza económica de esta cultura, así como de su determinante papel en el comercio mediterráneo.

    Los múltiples orígenes de los etruscos por Simon Stoddart (University of Cambridge)

    Los etruscos constituyeron ricas comunidades que vivieron en el primer milenio a. C. en una región generalmente definida como la Italia central tirrénica, un espacio delimitado por el río Arno al norte, el Tíber al sur y el este, y el Mediterráneo al oeste. Otras poblaciones con una identidad similar también se desarrollaron en Campania, el valle del Po e incluso en algunas zonas de los Apeninos. Su posición focal en el Mediterráneo central les otorgó un acceso privilegiado a las posibilidades del transporte y el comercio marítimo en cuanto los avances tecnológicos en las embarcaciones lograron reducir los riesgos del viaje por mar. Estas ventajas en la comunicación se vieron incrementadas gracias al acceso a, como mínimo, tres grandes ríos que penetraban en los valles intramontanos de las laderas de los Apeninos: el Tíber, el Arno y el Albegna. Sus cauces posibilitaron la extracción de recursos de las regiones montañosas altas y permitieron la complementariedad entre los fértiles suelos volcánicos, los recursos metalíferos de media montaña y las regiones pastoriles de las tierras altas. Estas últimas estaban normalmente reconocidas como tierras habitadas por gentes con otras identidades, como los ligures, los umbros, los picenos y los sabinos. Analizado de este modo, la infraestructura económica conduce a un relato concreto sobre el origen de los etruscos. Sin embargo, y paradójicamente, este es el relato menos explorado, puesto que comprender la producción requiere de una investigación científica muy meticulosa, de un tipo que no llena las vitrinas de los museos con objetos vistosos. El artículo se complementa con un mapa de Italia en época villanoviana (siglos IX-VIII a. C.) en el que se incluyen los principales yacimientos y una cronología del desarrollo de la cultura etrusca.

    La sociedad etrusca por Larissa Bonfante (New York University)

    La lengua y la religión etruscas, aspectos básicos que definen a cualquier cultura, eran distintas a la de los griegos o a la de sus otros vecinos de Italia. Todos ellos, incluyendo a los romanos, hablaban lenguas que pertenecían a la rama lingüística indoeuropea, y sus religiones se distinguían por la supremacía de los dioses varones relacionados con el clima y por la degradación de las diosas madres típicas de las culturas anteriores. En efecto, la naturaleza patriarcal de las sociedades griega y romana era similar –el elemento básico de la sociedad en la democracia griega era el ciudadano varón y el soldado, mientras que en la oligarquía conservadora romana lo era el pater familias, el varón más mayor, cuyo poder en la familia era absoluto–. Un mapa a doble página con los principales asentamientos, necrópolis y zonas de producción tanto de Etruria como de las zonas de expansión de la cultura etrusca en la región padana y Campania, son el complemento ideal para este estupendo artículo en el que la aristocracia etrusca tiene el máximo protagonismo.

    El mundo funerario etrusco en los siglos VII y VI a. C. por Laura Ambrosini (Consiglio Nazionale delle Ricerche)

    Las tumbas de incineración y las de inhumación en el período orientalizante reflejaban mentalidades y orientaciones distintas, que se dejan notar ya en la diferente forma en la que se coloca el cadáver. El rito de incineración enfatiza la neta ruptura que supone la muerte: el cuerpo, a través del fuego, se transforma, y del mismo modo el propio ajuar funerario asume un carácter más marcadamente simbólico. La incineración supone el transporte de los restos mortales y su colocación en la pira, a la que se prendía fuego (a veces incluyendo objetos de ornamento del difunto), pero también la realización de libaciones y banquetes, juegos y danzas (probablemente armadas). Ya en época arcaica, el carácter igualitario de las tumbas y el empleo generalizado del gentilicio parecen ser indicativo de la formación, en el decurso del siglo VI a. C., de una franja de población aparentemente dotada de cierta paridad de derechos y relativamente acomodada en la que no es difícil reconocer el fundamento de una compacta estructura político-social de carácter urbano probablemente en contraste o en sustitución de los poderes de la vieja aristocracia terrateniente y mercantil. Los sepulcros de fases anteriores, que se expanden y unen progresivamente, se transformaron en grandes necrópolis que reflejaban de algún modo la unificación y el crecimiento de las ciudades. Una ilustración de Zvonimir Grbasic ilustra los últimos ritos realizados en la tumba del cazador de la necrópolis de Monterozzi en Tarquinia, con una cámara funeraria ornamentada con pinturas. Además, un plano de esta misma necrópolis indica las principales tumbas pintadas de este cementerio entre la etapa orientalizante y la clásica.

    Ciudades invisibles. El desarrollo urbano en la Italia etrusca por Anthony Tuck (University of Massachussets)

    Una característica compartida por las grandes ciudades costeras de Etruria es que todas ellas ocupaban anchos altiplanos situados a poca distancia de la costa toscana. Estos altiplanos eran ideales para que la población humana creciera gradualmente en un espacio elevado y muy defendible, dando lugar a un proceso de urbanización que hoy sabemos que dio comienzo en una fecha tan temprana como el siglo X a. C. No obstante, no todas las regiones del mundo etrusco disfrutaron de una topografía tan ventajosa. De hecho, muchas de las ciudades etruscas más importantes del interior adoptaron otras estrategias para expresar y describir las relaciones sociales y políticas entre sus ciudadanos. Poggio Civitate es uno de estos lugares. Localizado en la cima de un cerro dominante con visibilidad al valle de Ombrone y al valle de Orchia, este asentamiento mantuvo contacto social con las ciudades etruscas más importantes antes de su repentina y misteriosa destrucción en los últimos años del siglo VI a. C. Se incluye con este artículo una espléndida ilustración a doble página obra de Rocío Espín reconstruyendo el palacio rural de Poggio Civitate en su etapa arcaica.

    La economía etrusca de época arcaica por Adolfo J. Domínguez Monedero (Universidad Autónoma de Madrid)

    La brillante, duradera e influyente cultura que desarrollaron los etruscos no puede entenderse sin considerar que disponían de una base económica de una gran solidez. Como suele ser frecuente en el mundo antiguo, son las actividades de intercambio las que más huellas han dejado en el registro arqueológico; también son las que suelen mencionar las fuentes antiguas, en especial cuando estos intercambios llevan aparejada una cierta dosis de violencia, lo que los convierte, desde la perspectiva de quienes la sufren, en piratería. De estos y otros aspectos hablaremos más adelante pero no sin antes aludir a las que son las fuentes de riqueza principales durante la Antigüedad y el primer motor económico, la agricultura y la ganadería. Un mapa del Mediterráneo occidental y la navegación y el comercio etrusco en el siglo VII-VI a. C. y una magnífica ilustración de José Luis García Morán que reconstruye el intercambio de téseras de hospitalidad entre el rey de Caere y una delegación púnica en el santuario de Pyrgi complementan este artículo.

    Los etruscos y sus dioses. Religión y adivinación en Etruria por Marie-Laurence Haack (Université de Picardie Jules Verne)

    Mientras los griegos se entregaban a la inspiración (enthousiasmos) para entrar en contacto con sus dioses, los etruscos elaboraron una “ciencia” adivinatoria y profética que les permitía distinguir e interpretar los signos enviados por estos. Recurrieron a un método inductivo transmitido oralmente –bien fuera en las mismas familias o entre maestro y discípulo– cuyos principios básicos estaban registrados en tres tipos de libros: aruspicinos, fulguratorios y rituales. El primero de estos tipos se consagraba a la aruspicina; es decir, al examen y el estudio del hígado de las víctimas de los sacrificios. En efecto, los etruscos consideraban que el hígado, un órgano voluminoso y rebosante de sangre, era el centro de la vida, y en consecuencia lo examinaban tras el sacrificio de un animal ofrecido a los dioses. Se incluye una ilustración de Pablo Outeiral con una pareja de arúspices en un santuario etrusco realizando predicciones a través del examen de las vísceras de un animal y de la observación de los cielos.

    Lengua, escritura y epigrafía por Enrico Benelli (Consiglio Nazionale delle Ricerche)

    Nuestro conocimiento de la lengua etrusca deriva principalmente de la copiosísima producción epigráfica que da comienzo con la adquisición de la escritura alfabética en la segunda mitad del siglo VIII a. C. En el curso de cerca de siete siglos, los etruscos redactaron un extraordinario número de inscripciones. Actualmente conocemos más de diez mil, y constituyen la documentación epigráfica de larga duración más consistente del conjunto de lenguas fragmentarias del Mediterráneo antiguo. Esta cultura epigráfica tan vivaz tuvo un efecto muy profundo en toda la Italia prerromana, puesto que toda la cultura epigráfica de la Italia centro-septentrional, a excepción de la sabina, derivaba de facto del modelo etrusco. La excepcional producción de inscripciones hacía que el etrusco desempeñara también el papel de lengua de cultura; en algunas regiones de la Italia antigua, como el territorio falisco y capenate, las inscripciones se redactaron casi exclusivamente en etrusco, aunque sus habitantes hablaban lenguas muy diversas.

    Y además, introduciendo el n.º 22, Cristianos y judíos durante el califato omeya de Córdoba por Alejandro García Sanjuán (Universidad de Huelva)

    La época del Califato representa el momento de culminación del dominio político de la dinastía omeya en la Península, iniciado con el ascenso al poder de Abderramán I a mediados del siglo VIII. Se trata de un período de apenas un siglo de duración en el que la situación de las dos principales minorías religiosas, cristianos y judíos, experimenta algunos cambios de importancia en relación con los períodos anteriores. A pesar de que disponemos de fuentes narrativas y descriptivas importantes que nos informan de los principales procesos políticos que se producen durante esta etapa, la información relativa a las comunidades cristianas y judías no resulta particularmente abundante. Ello obedece, entre otros factores, al hecho de que dichas comunidades no formaban parte de la umma, la comunidad musulmana, que en las fuentes de la época califal suele designarse como yama’a. Al no ser consideradas parte de dicha comunidad, los autores árabes tienden a ignorarlas, al menos en tanto en cuanto sus circunstancias o problemas no afectasen de una forma más o menos directa a los propios musulmanes.